Era una tarde oscura, llena de bruma, las luces de los carros se veían como pequeños reflejos sobre el asfalto, y la velocidad no sobrepasaba los 30 kilómetros por hora; los peatones caminaban pensativos por las aceras, hubo uno que me llamo la atención, este señor sostenía en su mano derecha un cigarro, pero realmente solo lo probó para prenderlo, lo seguí desde la 85 con 11 hasta que un tiempo después se sentó en Juan Valdez de la 72, ordenó un café endulzado con caramelo, estaba perfecto para el frio que hacía en la capital.
Eran casi las seis de la tarde, no tenía ningún afán, vi que el señor saco de su abrigo otro cigarro, lo encendió, se acomodó en su silla, bebió un sorbo de ese café, desde mi silla alcance a sentir en mi boca ese aroma amargo endulzado con un poco de caramelo. Mientras alistaba mi billetera para comprar un café, vi que el señor saco de su abrigo un libro de José Saramago, a lo lejos no puede establecer cual era, pero realmente no me importó.
Me acerque a una mesa, me puse cómodo, saque mi libreta y mi i-pod, mientras sentía el humo del café pasar por mi nariz, pude describir el aspecto de este hombre, era un poco más alto que yo, debía medir un poco menos de dos metros, tenía aproximadamente unos 48 años y su pelo era largo y canoso. Tenía unos zapatos cafés, se veían extremadamente cómodos para el frio, un pantalón azul oscuro, no estoy seguro si era un jean, al parecer su camisa era color marrón con tres botones en el centro del pecho, pues fue lo poco que pude ver debajo de su abrigo cuando iba a encender su segundo cigarrillo, su abrigo era marrón, tenía varios bolsillos, pero por lo visto no los utilizaba, por la mitad cruzaba una cremallera. Su rostro era muy cálido, tenía unas gafas Ray-Ban modelo Way Farer, las típicas gafas de los artistas hippies, de marco cuadrado, en esta ocasión el marco era rojo con negro.
Mientras seguía la descripción en mi libreta, pude ver qué libro era el que este personaje estaba leyendo, era un libro que alguna vez tuve la oportunidad de leer, Las intermitencias de la muerte. Sentí mucha curiosidad de hablar con él, ya que me pareció interesante averiguar más sobre este hombre, ya estaba terminando el libro, así que lo más apropiado era acercarme a el por lo más obvio, su libro.
Me dirigí hacia su mesa, cuando estaba al frente le pregunte que cómo le había parecido el libro, el señor estaba consumido en sus pensamientos, guarde silencio, y luego el señor se quedo mirándome con cara de, ¿Qué quiere?, entonces le repetí la pregunta, al señor se le escurrió una lagrima por su mejilla y se perdió en su barba blanca. Me pidió el favor de retirarme de su mesa, en ese momento me sentí aún más interesado por él. Pero no tuve más que volver a mi puesto, en ese momento el señor intentó prender otro cigarro pero solo lo sostuvo en la boca por dos segundos y lo guardo de nuevo en la caja, pidió otro café.
Un poco después, cuando ya había anotado en mi libreta lo que había sucedido, me volví a acercar al señor y le pregunte que si quería hablar, el señor jalo la silla e hizo el ademán necesario para que yo tomara asiento, pero no dijo ni una sola palabra, guardo silencio y se veía en su rostro el disfrute de su café. Poco a poco su cara fue cambiando, le pregunte que qué le sucedía, me respondió que él no era él, que ha sido el títere de un sistema toda su vida, ha sido víctima de una rutina de la cual él nunca quiso hacer parte. Es un médico reconocido, tiene cientos de pacientes y tres carros de último modelo, dos apartamentos por la zona, uno en la cabrera y el otro arriba de la circunvalar, tiene una esposa que no trabaja y un hijo que vive en Paris.
En mi mente los hechos no tenían mucho sentido, pues él tenía cosas que una persona quisiera tener, una carrera, un techo dónde dormir, un hijo, puedo imaginarme que estudiando en la Sorbona u otra universidad de buen nombre.
El hombre me dijo que lo único que no tenía, era la esencia, ese toque mágico que acompaña a las personas para hacer con gusto su trabajo, pues para él es un martirio levantarse cada mañana para dirigirse a su consultorio, pero el solo lo hace para servir a los demás, pues él es oncólogo, pero es oncólogo con esencia de músico.
En un momento me pidió que le diera mis audífonos, y conectó su i-phone, me mostró lo que él había hecho cuando tenía 16 años, casi mi edad, quede impactado, eran canciones que hablaban de un futuro bohemio, anoté en mi libreta una frase que decía, “yo no soy de fiestas ni de grandes reuniones, yo soy de guitarras y buenas canciones”, sus padres lo habían obligado a tener un futuro de camisas planchadas y vacunas a tiempo, cómo dice Cortázar, y el no era más que Fito Páez al lado del camino.
Cuando termine de escuchar todo, me sentí muy identificado, sentí por un momento ser yo el que habla, me vi llorando en un café, viendo mis planes desvanecidos en la naturaleza, en el tiempo. Desperté, y me vi en el escenario de la vida, tocando, escribiendo y dejando estelas de esencia en mi camino, vi los altos y los bajos, vi a mi tío, el músico, diciéndome que de la música no se vive, pero que cuento con él, que al salir de la universidad tengo un puesto asegurado.
Luego, le dije al señor que él todavía tiene tiempo y los recursos para hacer lo que quiere, su música y su poesía, pero me compartió los resultados del último examen que le realizo un colega de su consultorio. Claro está, no entendí nada, y él me explicó qué era cada cosa, qué era una metástasis, y bueno el tiempo aproximado de su cáncer terminal, me dijo que quisiera ver a la muerte durmiendo por un tiempo, y que sus exámenes, es decir su carta violeta, fuese la del violonchelista, la de este personaje del libro de Saramago que pudo vencer a la muerte.
Según dice el señor, la música todo lo puede, el ritmo todo lo puede, y con una sonrisa en su rostro, salió del café, en la puerta hizo una pequeña seña de adiós, lo seguí con la vista y entre los árboles pude ver que compró unas rosas, hizo una llamada y se perdió entre las calles de la capital.
Solo espero que esto no sea parte de mi destino desvanecido en la naturaleza, en el tiempo.
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